Proclama de agradecimiento.
Para todos esos hombres que nos permiten ejercer nuestro derecho a elegir libremente:
cuando dejé que me hirieras, lo hice defendiendo cada uno de mis derechos, inscritos en el manual de la mujer imbécil y feminista. toda mujer tiene derecho a elegir al hombre o a los hombres (perfectos) que tendrán el honor de herirla por el resto de sus días. y yo te escogí a ti. te dejé herirme con la seguridad de que era un derecho que nadie me podía negar, ni quitar. eso era mío indiscutiblemente, así: tan igual como tú nunca lo fuiste. te di mis manos, las dos, para que las bautizaras con mi propia sal, para que fueran tus esclavas por el resto de los dias que te tuve conmigo. te di mis pechos, los dos, para que escribieras en ellos tu nombre y la maldición, para que dejaras de verme como un todo, para que me vieras sólo como dos pechos; tus pechos, los dos. te regalé mis cejas, las dos, para que tuvieras algo antes de que me decidiera a darte mis ojos... porque toda mujer tiene el derecho innegable de regalarle sus ojos al hombre que la hará llorar. te di mis pies, los dos, junto con mis piernas, las dos: sólo para que me pudieras llevar de nuevo hacia ti, porque detrás de cada cabrón siempre hay una mujer ridículamente idiota siguiéndolo. yo no quería ser la excepción. cuando dejé que me hirieras, lo hice sabiendo que me quedaría y que tú te irías. con todo lo que te di, aún con todo lo que no me dió tiempo a darte. porque en última instancia, las mujeres lo dan todo, engañándose a ellas mismas. cuando por fin decidí que me hirieras lo hice reconociendo que al final, justo cuando todo terminara, sentiría una lástima inmensa por mi misma. porque eso es parte de ser mujer: sentir en carne viva la autocompasión post-miseria. y porque soy mujer e innegablemente imbécil: siento lástima, mucha lástima, por este cuerpo tan inútilmente impar que no pudo retenerte.
Para todos esos hombres que nos permiten ejercer nuestro derecho a elegir libremente:
cuando dejé que me hirieras, lo hice defendiendo cada uno de mis derechos, inscritos en el manual de la mujer imbécil y feminista. toda mujer tiene derecho a elegir al hombre o a los hombres (perfectos) que tendrán el honor de herirla por el resto de sus días. y yo te escogí a ti. te dejé herirme con la seguridad de que era un derecho que nadie me podía negar, ni quitar. eso era mío indiscutiblemente, así: tan igual como tú nunca lo fuiste. te di mis manos, las dos, para que las bautizaras con mi propia sal, para que fueran tus esclavas por el resto de los dias que te tuve conmigo. te di mis pechos, los dos, para que escribieras en ellos tu nombre y la maldición, para que dejaras de verme como un todo, para que me vieras sólo como dos pechos; tus pechos, los dos. te regalé mis cejas, las dos, para que tuvieras algo antes de que me decidiera a darte mis ojos... porque toda mujer tiene el derecho innegable de regalarle sus ojos al hombre que la hará llorar. te di mis pies, los dos, junto con mis piernas, las dos: sólo para que me pudieras llevar de nuevo hacia ti, porque detrás de cada cabrón siempre hay una mujer ridículamente idiota siguiéndolo. yo no quería ser la excepción. cuando dejé que me hirieras, lo hice sabiendo que me quedaría y que tú te irías. con todo lo que te di, aún con todo lo que no me dió tiempo a darte. porque en última instancia, las mujeres lo dan todo, engañándose a ellas mismas. cuando por fin decidí que me hirieras lo hice reconociendo que al final, justo cuando todo terminara, sentiría una lástima inmensa por mi misma. porque eso es parte de ser mujer: sentir en carne viva la autocompasión post-miseria. y porque soy mujer e innegablemente imbécil: siento lástima, mucha lástima, por este cuerpo tan inútilmente impar que no pudo retenerte.
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