Hemos encontrado el
rito que teníamos ahogado en los pulmones.
Que las palabras
también se dicen con los ojos: cerrados o abiertos.
Una oración muda al agua
que corre de tus brazos.
Y en un principio yo
no quise decirte
y cerraba las manos
para que no me leyeras el futuro
porque me daba miedo
la ausencia.
Los días largos que no
estarías aquí.
Pero desde la carne de
tu sinceridad,
abriste cielos
inventaste poemas
dentro de mis llagas
me contaste de tu
infancia y de tus dos nombres.
Y allí,
en lo incierto y
turbulento de un reloj,
te prometí el templo y
mis labios.
Que yo jamás había
prometido con la boca.
Pero ya no podía dejar
de pensar tus pupilas.
Ni tu voz llena de
mundo,
Tu espalda
protegiéndome como un padre.
24 de junio de 2012/sobre nubes