Te han crecido pedazos
de isla en la cara.
Un cañaveral.
Avena y canela.
Almendra, y pura
azúcar negra.
Y me dejas,
como con las manos de
un padre,
caminar sobre tus
colonias libres.
Y me dejas respirar de
su aire denso.
Tus palmeras,
acariciándome las
manos,
dicen:
ríos,
techos de madera,
olor a salitre,
espejos en la arena;
tan jóvenes nuestras
plantas de los pies sin regar.
Y dicen también Caribe
en el otoño frío.
Dicen tantas cosas a
la mitad de un orgasmo.
Tú,
tienes dos universos,
plantados justo debajo del océano de tu frente.
Un tercer ojo celoso.
Una hamaca frente al
silencio del oeste.
Planetas sin nombre,
cuentos de Cortázar, laberintos sin faunos,
nag champa y la India,
un om infinito:
Lluvia pura que se me
hace escarcha en las manos,
del hijo favorito del
sol.