Le dirás a
otras de primeras veces. Que nunca habías tocado la punta de una montaña con los dedos. Dirás “Antes que tú no había espacio ni paz. No había mañanas
fluorescentes. No había… y punto.” Y dirás de mi que te estorbe el camino, que
tú no querías el nudo sino la ansía y las ganas. Que la libertad era un fruto
maduro, dulce, pulposo… lleno de lava por dentro. Y yo te lo quité de los
labios, de los colmillos afilados y espesos. Dirás, y ya te escucho: “Yo tuve
dos cárceles en mi vida y una de ellas tenía su nombre.” Y tenía también el instinto de mujer que sabe
que las palabras son humo. Porque tú sabías que yo no te creía el cielo de los
ojos. Porque yo no te solté los tobillos…pero aun después de la caja china: te
amé. (¿Recuerdas, ojos dormidos?) Y dirás: “De las dos cárceles, ella fue la
peor. La que me dio de comer cuando yo no tenía casa. La que me prestó su pecho
cuando yo no tuve madre. De las dos. Ella fue la que me dio la miseria… porque
nadie crece esperanza en una cama de besos. No. Eso sólo lo dicen para
asustarte los fantasmas de la felicidad.” Y sí, yo te vendía el paraguas para
después de la lluvia. Y sí, tal vez, yo fui el encierro y la asfixia…y el
hambre. Sí. Que todos sabrán ahora: de mis días en agonía esperándote. Esperando
que salieras un día para que vieras los colores del invierno que se derretían
bajo tus pies. Para que vieras el color que florecía de mis mejillas en marzo.
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