tenía la boca llena de recién nacidos.
un billón de alas inquietas.
una sola sonrisa, (eso sí).
y lo podía escuchar tocándome con los dedos de sus amígdalas.
el color de sus cejas me hacía cosquillas en partes del cuerpo que no me conocía.
y la boca se la hacía agua,
y el océano me venía de adentro.
aquel primer viernes, una canción verde se escuchó en la calle a las cinco.
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