Había un espacio oscuro cada
noche. Ella lo buscaba como a escondidas. Salía de la cama como tapándose los
oídos para que la otra multitud en el cuarto no la escuchara: cerraba los ojos,
movía los nervios en su cerebro que le decían que moviera su cadera y luego su
pierna y luego los dedos. Ya. Ya tenía uno de los pies en el suelo. El otro, no
sabía por qué, siempre era mas ruidoso. En el cuarto mudo siempre había un eco
despues de esos primeros pasos. Y dos pares de oídos se levantaban, y los ojos
entre abiertos miraban a todos lados y se dejaban caer otra vez. No la habían
visto. Podía continuar el largo recorrido hasta la puerta. Al salir nunca
miraba atrás por temor a encontrarse con los mismos pares de ojos entreabiertos
que esta vez la verían inmóvil frente a un pequeño rayito de luz que se colaba
por la ventana de la cocina. Cerraba la puerta tras de ella. Aún sin respirar.
Todo este tiempo había dejado de respirar. En esa casa todo se oye. Todo. Hasta
los pulmones en movimiento. Y allí, después de recuperar el aliento, tomo un
vaso vacío, abrió la puerta del refrigerador y los vecinos de abajo la
escucharon beber medio vaso con agua. Cuando regresó al cuarto una voz histérica
reclamaba su ausencia.
(inspired by Sebastian Beniek)