Esa pluma tiene tu nombre.
Cayó del suelo ya dolida,
Ya casi muerta.
Y me dijo entre pestañeos:
“No grites.
No despiertes los vecinos aún despiertos.
No llores.
La muerte la tengo detrás de la oreja.
Está jugando al escondite conmigo.”
Esa pluma tiene tu nombre.
Cayó del suelo ya dolida,
Ya casi muerta.
Y me dijo entre pestañeos:
“No grites.
No despiertes los vecinos aún despiertos.
No llores.
La muerte la tengo detrás de la oreja.
Está jugando al escondite conmigo.”
Y ¿a quién ahora le presto mis dedos?
Uno,
Dos,
Todos,
Los diez.
Que no todos conocen de música.
Que no todos conocen del sí.
De primeros besos en el Morro.
De primeros atardeceres y orgasmos densos
(Y
tan
tímidos).
En cualquier esquina maldita.
En cualquier centro de la risa estallada.
En tus ojos de almíbar.
De almendras dulces del Beirut.
¿Hacia dónde te diriges, vagamundo?
¿A quiénes quieres convidar a nuestro encuentro?
Que escuchen nuestras pieles desgarradas,
que sientan el murmullo de las manos en el templo.
Y tú,
que no te haces nudo,
que no te haces espina:
esperas a que espere
que un centenar de hormigas
coman lo que resta de mis alas.
Que hagan de mi orgullo un circo desmedido y sin patas.
Que hagan de mi,
Mujer,
el esperpento.